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lunes, 29 de diciembre de 2014

Oido en el metro: cuando no entendemos nuestro idioma

Los traductores, parece ser, tenemos afición, debilidad y curiosidad por toda conversación ajena, sobre todo en transportes públicos. Sí, yo pongo el oído en el metro, en el autobús, en el súper, andando por la calle y donde sea. No, no soy cotilla, es deformación profesional. Lo mejor de estas conversaciones robadas son las perlas, el argot y la idiosincrasia de cada lenguaje. Maravillas que no se aprenden en los diccionarios.



Hace unos días, me monté en el ascensor del metro, para bajar de la superficie al suburbano. La historia empieza como un chiste: una señora de unos cincuenta, una chica de más o menos mi edad, un señor de unos 60 y yo, la traductora oyelotodo. El señor nos miró a las tres y preguntó: "¿Este ascensor baja a las camionetas?" Nosotras ni nos miramos ni le miramos. En la villa somos así, pasamos de todos. Seguimos mirando al infinito del ascensor cuando el señor repitió: "Yo quiero bajar a las camionetas".

Entonces le miramos como a un perro verde. En los rostros de las otras dos pude ver la confusión, la sensación de estar ante un loco y las ganas de que se abrieran las puertas del ascensor. Supuse entonces que mí cara debería de ser la misma. ¿Y si no estábamos ante un loco? ¿Y si era alguien que no se sabía expresar?

Entonces empecé a asociar palabras: camionetas, ruedas, vehículo grande, autobús, intercambiador de autobuses... ¡Bingo!

Sin cambiar mucho mi cara y como si no estuviera haciendo la pregunta correcta dije tímidamente: "¿Se refiere usted a los autobuses? ¿Quiere viajar al intercambiador?". Respondió que sí, que quería ir a las camionetas.

Una vez interpretado el mensaje, mis dos compañeras de ascensor cambiaron también sus rostros al entender lo que quería e hicieron alarde de esa amabilidad tan típicamente madrileña de llevarte hasta la puerta del sitio que estás buscando.

Así sacamos al señor del ascensor y lo pusimos delante de las escaleras del intercambiador de autobuses. Nos deshicimos las tres en sonrisas, en gestos, en "por aquí, señor, por aquí" y la señora de cuarenta creo que estuvo tentada de cogerlo de la mano y meterlo en el autobús, o en la camioneta. Pero claro, eso ya es suposición mía.

Y es que hay veces que los idiomas se pierden en sus variantes, sus sinónimos y las costumbres de cada uno. Porque en mi casa jugamos así. Y los demás, con nuestras propias variantes, no los entendemos. Pero hay que hacer un pequeño esfuerzo para entendernos entre todos, ¿no? Os dejo que reflexionéis...

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