La anécdota siguió resonando en mi cabeza, porque eso del manual de lavadora lo había escuchado yo un par de veces ya... bastantes. Siempre con indignación, siempre ensalzando la traducción creativa. Me aventuraría a decir que incluso hasta siempre de alumnos de traducción de cierta universidad, lo que me hace creer que algún profesor desde su tarima utiliza eternamente esta muletilla. El resultado, en cualquier caso, es que los jóvenes traductores en ciernes acaban menospreciando otra traducción que no sea la literaria, la traducción de videojuegos, la jurídica o la médica. Como si estas estuvieran por encima de las demás.
Pero todo se traduce y hay que traducir de todo. Hay quien odia traducir libros, hay quien adora traducir cosas jurídicas, otros se vuelcan en la traducción médica y a los que siempre les gustó la tecnología más que la literatura se vuelcan en la traducción técnica. Ni a todos nos gusta todo ni todos podemos traducir de todo, Se llama especialización. En concreto, traducción especializada, ya sea literaria, de juegos de rol, de videojuegos o de recetas.
Entonces, ¿quién traduce los manuales de las lavadoras? ¿Traductores automáticos? Seguramente, en el caso de las empresas cutres. Luego están las buenas empresas, a las que sí le importa la calidad, y recurren a un traductor especializado en tecnología y en traducción técnica que hace un texto limpio y pulcro, quizás con mejor calidad en la traducción que determinados bestsellers...
Quizás incluso la traducción técnica de manuales de todo tipo se haga incluso con más amor, con menos intrusismo y con más mimo.
Aún es más, pequeños traductores y traductoras en ciernes, al día siguiente de salir de la carrera no te dan un libro de 400 páginas, con fragmentos en inglés medieval y poemas alegóricos. Como mucho dos años después te encasquetan la traducción de una página web de grúas y hay que hacerla.
Porque la traducción, abarca todos los ámbitos y ninguno es más que otro.
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