Empecé 2018 hablando de que hay que coleccionar fracasos para ser mejor; los errores, al fin y al cabo, son para aprender. Y hablé de ello con un firme propósito en mente: conseguir trabajar al menos para una editorial más. Pero eso no lo dije, porque para mí los propósitos de año nuevo son como los deseos: si lo cuentas, no se cumplen.
Todos mis esfuerzos en lo laboral han ido hacia ese objetivo: al menos una editorial más, cueste los fracasos que cueste. Sé que puede parecer poco, pero para mí era un paso de gigante, pues aún estaba en plantilla y quería probar las mieles de la vida en pantuflas.
Así que apreté los dientes y me lancé a estamparme con la vida, era el momento de fracasar.
Así que apreté los dientes y me lancé a estamparme con la vida, era el momento de fracasar.
Error #1: Descuidar habilidades
En marzo vi una oferta en plantilla de traductora y correctora en una empresa de Londres para la que pedían tres años de experiencia como traductora y correctora. Así que me dije: «Llevo más de tres años traduciendo y corrigiendo, este puesto es para mí. Me están buscando a mí». Hice la prueba y me dormí en los laureles escuchando London calling de The Clash hasta que me reventaran los tímpanos. Ya me veía con mi pisito en el West End, paseando por Picadilly los domingos y tomando té Earl Grey con mi gatito Dorian Gray.
Unas semanas después me contestaron que lo sentían mucho y que no había superado la prueba. Pero como estaba decidida a fracasar y a aprender de todo, en lugar de ponerme a ver una peli moñas y a comer helado, les contesté para preguntarles en qué me había equivocado para aprender de mis errores. Fueron muy amables y me enviaron la prueba corregida e incluso me explicaron que la traducción les había gustado, pero que en corrección cojeaba más. ¿Por qué? Porque llevaba tres años como traductora y correctora, pero llevaba casi un año sin corregir... Me había oxidado, me faltaba soltura.
Así que me puse las pilas y he acabado el año con bastantes encargos de corrección. De hecho, la primera entrega del año ha sido de una corrección de estilo.
Error #2: Dejar que el estrés domine
Ay, el estrés, el estrés... ¿Quién no se siente estresado? Todos andamos por la vida estresados, más en un trabajo como la traducción en el que hay que lidiar con muchas cosas a parte de la carga de trabajo: buscar clientes, fidelizarlos, encontrar horarios normales, ser productivos, que nuestra familia y entorno entienda que trabajamos en casa...
El cambio de plantilla a pantuflas ha sido duro y ha venido con un extra de estrés, ansiedad, insomnio, kilos de más, taquicardias, días en los que no podía salir de la cama... Y no solo me impedía llevar un día a día normal, sino que no podía dejar de hablar de otra cosa.
En septiembre me reuní con una PM de una empresa de traducción y tengo la impresión de que lo único que salió de mi boca fue: «estrés, estrés y más estrés». Lo estresada que estaba, el estrés que me producía la gestión de clientes, el estrés de haberme hecho autónoma, el estrés de trabajar en casa, estrés, estrés, estrés.
Todos estos episodios de estrés me han hecho darme cuenta de que no puedo dejar que me domine, no puedo dejar que dé una mala impresión de mí y de mi trabajo. No puedo dejar que me paralice en el trabajo y también en mi vida personal.
La lucha contra el estrés es una carrera de fondo, pero estoy dando mis pasitos. Me siento mucho más zen que hace unos meses y he aprendido a fluir con muchas cosas que antes me producían mucho agobio.
Error #3: Dejarse la profesionalidad en casa
En octubre una persona de confianza me ofreció un puesto de project manager. Como era una persona de confianza, me confié. Quedamos a tomar un café para hablar del puesto y las condiciones, y lo último que se me pasó por la cabeza es que aquello era una entrevista de trabajo. Porque era una persona de confianza, ¿para qué andarse sin formalismos? Conocía mi trabajo y mi forma de trabajar, ¿para qué llevarme mi CV impreso? Sabía que los últimos meses habían sido duros, ¿para qué reprimir el estrés? Así que ahí estaba otra vez, tomándome un café con un amiga y sin dejar de decir «estrés, estrés y más estrés».
Y es que me confié demasiado, me olvidé que aquello era una oportunidad de trabajo, no personal, y que no me tenía que haber dejado la profesionalidad en casa. Que una siempre es traductora y profesional, sea quien sea quien te ofrezca el puesto de trabajo. Como me dijo una amiga coach un par de días después: «como si el trabajo te lo ofrece tu hermana».
Al final el puesto se lo quedó otra chica, que además está haciendo cosas que yo siento que sería incapaz de hacer. Y yo he aprendido que ser traductora y profesional 24/7 no es andar todo el día quejándose del estrés, es demostrar lo que eres capaz de hacer.
2018 ha sido un año de cometer errores, pero también he aprendido mucho de ellos. ¿Y al final sabéis con cuántas editoriales nuevas colaboro? ¡Cinco! Todo esfuerzo tiene su recompensa.
Así que mi objetivo en 2019 sigue siendo aprender de los errores para ser mejor traductora.
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